Un día soñé que algún día me despertaría con ganas de comerme el mundo, con ganas de sonreír por encima de todo, de dar abrazos aunque no fueran correspondidos, de gritar y llorar de felicidad... Con ganas de ser feliz y de sentirme viva, con ganas de querer y ser querida... Pero sólo fue un sueño, fue un sueño que duró mucho tiempo, años incluso, a veces parecía que se cumpliría pero no... Ese día parecía que jamás iba a existir...
Pero me di cuenta de que era yo la que nunca había dejado que eso pasara; nunca había dejado que nadie atravesara esas barreras tristes para poder ayudarme a ser feliz... No quería que nadie pasara a dentro de mi refugio, no quería que nadie viese la oscuridad desde dentro y sobre todo no quería que nadie empezase a matar mis demonios... No me apetecía sufrir nada de esto porque sabía que si derribaban mis muros no habría marcha atrás y todos esos años de encierro no habrían servido para nada...
Y entonces un día sin darme cuenta llegó la salvación, bajé esas barreras muy poco a poco, dejando entrar la luz, dejando entrar a alguien que me ayude a combatir la vida... Y empecé a abrir los ojos y a darme cuenta de que por fin el sueño se iba a hacer realidad, que la felicidad también estaba hecha para mi; sabiendo que todo ese tiempo de encierro me iba a ayudar a superar cualquier mal bache en el camino de la felicidad. La luz viene para quedarse, porque aunque se vaya los recuerdos de luz siempre van a prevalecer a los de oscuridad.
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